martes, 29 de diciembre de 2009

Tres hielos bien contados van perdiendo su entereza, abrazados por (cómo no) un whisky cada vez más seco en su odiado escondite, entre piezas de ropa de otro tiempo, junto a un mechero inutilizado e inservible que espera ser reparado por algún experto en el tema y volver a lanzar de nuevo su llama. Un hombre sólo protegido por una triste chaqueta con el cuello levantado cierra los ojos sin sueño mientras apoya su espalda en la silla, robada previamente de otra habitación y colocada con cuidado en el porche de la casa. El hombre parece estar hablando con un tal Coltrane, y aunque nosotros no logremos escuchar nada, él recita con fuerza un salmo, sí, una especie de oración saxofónica que se retuerce como una hormiga al borde de la muerte, y le recuerda su pequeñez en este mundo, su soledad, tras haber visto a sus amigos morir al otro lado de las férreas vías telefónicas. La distancia y su inexorable capacidad para romper cuadrículas mentales; la soledad como vía para el desconocimiento de uno mismo, para la confusión máxima y la tristeza absoluta.

Why so blue, O?

Las notas aparentemente sin sentido se amalgaman con su embriaguez, y para acabar de rematarse, él absorbe la substancia restante en el vaso. El último sorbo. Já. La de reflexiones metafóricas que podrían surgir de esto, reflexiones como siempre sin ningún provecho, sin ninguna conclusión, con las que sólo se acaba odiándose a uno mismo si es que no hay más interlocutores. El hombre continúa su conversación con el muerto mientras deja de existir paulatinamente a medida que el alcohol atraviesa un hígado ya medio muerto y pasa a la sangre y pasa al cerebro y a la mente y al alma, y allí se mezcla a su vez con la nicotina absorbida en grandes cantidades a falta de otras substancias internas que le proporcionen tranquilidad. Mira a su alrededor y se da cuenta de que está lloviendo, ya desde hace un rato, y las viejas zapatillas bajo las que se esconden unos pies castigados por la humedad y los años están completamente mojadas, empapadas no sabe de qué, si de lágrimas divinas, si de un fenómeno meteorológico como los demás o si ha sido simplemente uno de los vasos de licor (entre el tercero y el cuarto) que ha decidido atacarlo y dejar así pruebas de su existencia. Y ni así va a conseguir ese líquido mata-conciencias ser mínimamente eterno, pues desaparecerá a la primera lavada, sin que antes nadie repare en la presencia del punzante olor.


Ya cansa tanta descripción soporífera, tanta reflexión metafórica distribuida en frases largas de textos tan cortos como la inteligencia del que los escribe. Qué hastío, Déu meu. Hasta dónde hemos llegado.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Foc

Res no surt bé, res no funciona.
No hi ha llum que ompli les cavernes,
no hi ha antídot possible
per a l'amargor que sento a la gola.

Ets tu, oh deessa incontrolable,
tu, fortuna, que gaudeixes
del patiment dels teus vassalls.
Avui t'he vist, t'he vist completament nua,
amb els ulls d'aquella a qui estimava,
amb la mirada maligna de l'atzar...

M'has guanyat, univers;
flueix, sí, flueix amb tota llibertat dins meu!
Omple aquest rovell de la fúria
que tant t'agrada inculcar,
omple'l de violència!
Crema'l!
Converteix la humanitat en cendres,
i quan l'únic restant sigui la pols gelada,
sigui el pols inexistent,
deixa'm morir
sota l'aparença d'una vida monòtona.

Deixa'm ser tan sols un més
dins d'aquest bosc d'homes podrits
i jo deixaré d'invocar-te,
deixaré d'introduir-me a les tenebres
buscant la manera de fugir de l'infern.

Aquí tens el meu cor,
encara sagnant
després de tantes batalles.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Cortázar

Dudaré una vez más de tus caricias mientras el sórdido eco de unas velas amarillas, constante a través de la noche, ensordece mis oídos con su juego de palabras aferradas a un significado carente de sentido y me mareas con tus lujuriosas miradas y me mantienes pegado a la silla y con un intenso sabor a whisky en la garganta, que sigue transportándome hacia el mareo más profundo y vomitivo, pero no, porque me niego a pensar en baños oscuros y me niego a sustituir el licor de la garganta por cierto ácido intestinal. Y menos contigo delante, y menos viéndome desbordado, absorbido progresivamente por el espiritualismo de John Coltrane o Pharoah Sanders que luchan contra tu discurso, incoherente pero atractivo a pesar de todo porque qué quieres hacer contra una personalidad tan destacada enseñándote a través de la palabra unas enormes terrazas sin tiempo, cosa extraña en el devenir de nuestra especie en que tantos entes pensantes han intentado expresar una tosca irracionalidad razonable. Y menos con esos carnosos labios redibujándose constantemente al son de unos versos de Baudelaire, unos ojos abiertos y translúcidos, que permiten observarte con leves tonos verdáceos reflejándose en el interior de una caverna que ni tú misma sueles explorar. Porque se te ve feliz al descubrir no sólo a un interlocutor totalmente entregado a la densa charla que pocos soportan, sino al descubrir también cuánta verdad albergas en tu memoria instintiva y cuántas síntesis compendiadas de dialécticas eternas bajo una espesa nube de humo, sobre una iluminación precaria que sólo permite ver brillar los ojos de quienes poseen ese insólito talento.

Pero lo mejor no es ese torrente de ideas revolucionarias que siempre han estado flotando al alcance de quien se atreviera a volar. Lo mejor es el silencio que las sucede, precedido por una especie sentimiento de cobardía por parte de la razón, amedrentada ante el descubrimiento de lo absoluto, por fin lo absoluto, lo irremplazable e indiscutible que se instala en esa memoria instintiva, y poco a poco uno va aprendiendo a ser consciente de la vida pero no necesitar el puro cálculo para la decisión. Es ahí cuando cerramos los ojos y con el pulgar empiezo a recorrerte los labios, dejando que te abandones a una pasión serena, cobijada por la atemporalidad nocturna, y voy como reconociendo cada parte de tu cuerpo, y tú te estremeces bajo el frío tacto de unas manos castigadas por las temperaturas invernales, y suplicas en silencio que siga, que siga, y te unes tú también al nudo de brazos y piernas entrelazados, el sexo, qué palabra tan sucia, pero no, eso no deberíamos llamarlo así, es algo más, es el deseo más puro sobre un blanco impoluto, aunque sea todo fruto de la típica-tópica pasión irrefrenable.

Oh, sí.

Un zippo con más historia que muchos de los títeres que se ven por la ventana caminando por la calle se abre con delicadeza, y a través de él “transmite después de tantos siglos afanosos su ambiciosa tarea Prometeo a unos esbeltos dedos de mujer”, como diría nuestro amigo Salinas. El cigarrillo queda ya encendido, substituyendo de alguna manera el fuego que lo había precedido, y mientras el humo empieza a difuminar la luz de las velas, dos sonrisas cansadas tras haber superado una dura batalla se encuentran en un beso incompleto pero eterno, que sobrevive a los olvidos instantáneos que caracterizan esto que llamamos vida, que es escogido entre tantos otros momentos por una memoria tan selectiva que poco a poco va destruyendo los restos inservibles que ahí residen, por muy hermosos que sean. Los primeros párpados caen, y no saben aún si están durmiendo, otros párpados se resisten a cerrarse ante la apasionante escena de una mujer satisfecha ya durmiendo, de una respiración tranquila, como si hubiera encontrado por fin el refugio ante la vida, que los atacaba a ambos constantemente con destinos demasiado lejanos, y ellos no podían más que abrazarse mientras miraban el repiqueteo de la lluvia.

En fin, literatura”.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Las cartas ya están repartidas. Lo están desde hace ya mucho tiempo. Una mesa especialmente preparada, recubierta por un suave tapete verde, sostiene tanto cartas como fichas, un número predeterminado de fichas, constante durante toda la partida. Las fichas se reparten al inicio de la partida, la misma cantidad para cada jugador. Éstos ganan, pierden, deciden prudentemente mantenerse al margen. Ninguno de ellos se atreve a mirar por ahora las cartas que residen justo delante de sus fichas. Y aunque las miraran, no sabrían cuáles son. Una vez vistas, que no comprendidas, el jugador decide. Esa decisión primordial, la de jugar o no, convierte a los participantes en esclavos de nuestra común amiga Fortuna. Porque aún quedan cinco cartas por aparecer. Pero la clave de toda la partida son las apuestas. Aún con el completo desconocimiento de lo que la suerte nos depara, debemos apostar, sí, apostar con la convicción de un éxito final. Porque sino dime, ¿por qué apuestas? ¿Apuestas cuando eres consciente que no tienes nada, jugándotela aunque sepas que la partida no te va a favorecer? Si es así, por favor retírate, no juegues por jugar. Hay demasiados perdedores compulsivos, que se dejan llevar por lo que el mundo decida, que se juegan toda su fortuna en cada partida. Y aquí no vale la típica convicción de que Fortuna nos ayudará, porque no es así, lo sabemos todos. Siendo la suerte una zorra, ya descrita demasiadas veces, dudo de que te desprecies a ti mismo confiando en ella. O al menos éste sería un gesto que no denotaría demasiada inteligencia en tu pequeño cerebrito de intelecto subdesarrollado, que es lo que poseemos todos. Esto es un juego de Hombres (cosa que, siendo correctamente entendida, no excluye en ningún caso a las féminas), así que si aún no has aprendido ni a pararte a reflexionar... de nuevo, retírate. Sobras.
Algunos dicen que actuar irreflexivamente, dejarse llevar por la suerte, les produce emoción, cierto placer. No, eso no es placer, o al menos no como lo entiendo yo. Eso es una cosa llamada adrenalina, es decir, una reacción química, material. Y no me hagáis reir diciendo que en realidad son todo reacciones químicas, porque os estaríais mintiendo, y lo sabéis. Diré que esto es un juego, con todo lo que ello implica. Pero no es un juego cualquiera. Aquí tú eres Juez de tus propios actos, de los actos de los demás. Aquí tú debes decidir si lo que te ha deparado la suerte te favorece o no, si lo que a otros puede haberles deparado va a minimizar tu éxito. Pero no, no es una competición. No juegas contra los demás. Juegas contigo, con la única libertad de decidir, de actuar. La más importante de todas.
Así que repito, si no sabes decidir, o si aún te pudre por dentro la inocencia de confiar en un éxito incierto, retírate. Porque si por lo que sea ganaras, eso no sería una Victoria, ya que no la habrás logrado tú. El juego te habrá ganado a ti, te habrá capturado con sus enormes zarpas mientras tú, un minúsculo niño sin conciencia, corrías, bailabas y jugabas entre un campo de centeno. Sí, habrás subido a la colina, pero no, no habrás subido. El juego te habrá elevado sólo un instante para después poder despedazarte con más facilidad. Y los pedacitos que queden de ti serán devorados con presteza por un mundo que muere de hambre, que acecha desde la colina a las esquizofrénicas criaturitas danzantes. No juegues dejando que Fortuna te atrape. Juega contra ella, derrótala. Pero recuerda, nada de esto es una competición, aunque sí un juego. Y como tal, disfrutarás de lo lindo, eso te lo puedo asegurar.

jueves, 10 de diciembre de 2009

A una arrogancia

Érase un hombre a un ego enganchado,
érase una arrogancia superlativa,
érase una arrogancia torpe y esquiva,
érase un orador sobrevalorado.

Era un hombre con un espejo a su lado,
érase una humildad desaparecida,
érase un juez de las muertes y vidas,
era culpable de creerse adorado.

Érase un Napoleón de nuestra era,
érase un ego despreciando lo escrito,
de una ególatra y vanidosa manera.

Érase un narcisismo infinito,
muchísima altivez, soberbia tan fiera
que de envidia acusaba cual delito.

martes, 1 de diciembre de 2009

Cadaqués.

Me niego a escribir sobre este fin de semana. No puedo.
No sé si es que mi léxico con contiene los calificativos adecuados o es que simplemente, no existen. Aceptando ya las limitaciones del lenguaje, cosa imprescindible si uno se dispone a escribir, acabamos (con suerte) describiendo algo cercano a lo que se ha imaginado o vivido. Es relativamente fácil describir una alcachofa, aunque aquella descripción no será la alcachofa. Es decir, "ceci n'est pas une pipe". La cosa se complica cuando lo que se intenta reflejar es un recuerdo, un sentimiento; imágenes a veces demasiado difusas, que al ser filtradas por la racionalización del lenguaje, pierden los matices diferenciales. Pero ¿qué podemos pretender intentando plasmar un recuerdo de dos días ininterrumpidos teñidos de una vibrante irracionalidad mística, junto con un conjunto de almas llenándose de tensos y suaves debates, de un paisaje que es lo más parecido al hogar que hayamos encontrado en nuestra vida? Nada, no podemos pretender absolutamente Nada.
A veces, cuando camino por la calle, me llegan una especie de flashes repentinos y punzantes; no porque el momento en sí fuera doloroso. Ni muchísimo menos. Son recuerdos de un paraíso existente sólo en nuestra propia interioridad, a los que accedemos sólo cuando la harmonía entre el Hombre y el Mundo se sobrepone a cualquier otra cosa. Pero no es eso lo doloroso, sino el hecho de recordarlo desde un infierno académico rebosante de reglas, de horarios, de limitaciones. Es notar una distancia insalvable respecto al recuerdo lo que nos debilita a todos, me atrevería a decir. Pero no, no estamos sufriendo, sino que disfrutamos aún del eco momentáneo de unos cuencos milenarios, de unas palabras vibrantes, de una luna más llena que nunca, del mar acariciándonos los oídos con su hipnótica oscilación del agua, que va mezclándose con la arena.
Pero sigo diciendo que no sé, que no puedo describirlo. Porque al intentar acceder al recuerdo, sólo encuentro un enorme Vacío, al mismo tiempo que me abarca una imparable sensación de entereza. Me siento completo. O mejor, me siento ku.

Y creo que eso es lo más bonito de todo.

sábado, 14 de noviembre de 2009

El Bosque

El tabaco, cuidadosamente envuelto en papel transparente, va consumiéndose en el cenicero. A veces se revuelve entre las cenizas y busca un lugar más cómodo donde posarse. Ese lugar no existe. El vaso, lleno de un licor aún despertándose después de los años de inactividad, refleja la luz amarillenta originada en una antigua lámpara. Y la noche con su cálido manto estrellado enfría las manos como el fuego más puro que la humanidad haya conocido. Con ese aroma a tierra fresca y hierba rociada de frescura, cuyas gotas temblantes, indecisas, empiezan a ver la luz del sol. La noche y su atemporalidad tapan lentamente las desgracias humanas, haciendo fluir la impotencia y la rabia, dejándolas pudrirse bajo una sofocante humedad. Unos ojos marrones, carentes de luz, se pasean por los árboles más cercanos y repasan las tonalidades oscuras de las hojas ya muertas, que esperan caer. Los párpados se cierran durante un instante, y vuelven a abrirse intentando no rehuir la realidad, al mismo tiempo que dejan entrever un leve tono rojizo en la blancura que envuelve el iris.
Cansancio. Pesadez.
Una leve luminosidad le envuelve el cuerpo con una intermitencia continua, mientras deja que el humo penetre sus pulmones, y posteriormente salga con toda naturalidad por los orificios nasales. Es un ambiente cargado, casi tanto como el estado de consciencia de este curioso individuo. Parece moverse lentamente, hundiéndose más aún en la silla, desplazando la espalda aún más abajo en el respaldo. Con ella, sus desesperadas ilusiones descienden hacia las profundidades de un pozo oscuro, ahondándose en la misteriosa niebla que envuelve la noche. Un do mayor completamente desafinado retumba en sus oídos, y él puede incluso saborear la carcoma del piano centenario.
No es un hombre aturdido por sus pensamientos. No está invadido por las preocupaciones, no le acechan sentimientos contrariados. Es un hombre hueco. Es el vacío aquello que lo atormenta. Poco a poco, ha ido avanzando en un proceso de introspección, de auto-observación, que lo ha llevado a obtener ciertas verdades sobre sí mismo. Él tiene la peligrosa costumbre de sentir con extrema intensidad, y más tarde no es capaz de actuar de acuerdo a ello. Leva ya un tiempo, no sabemos cuánto, refugiado bajo el húmedo manto de la melancolía, que desprende un olor áspero, rugoso, pero que al fin y al cabo es una fuente de calor en noches tan frías. Se rige por una serie de impulsos que lo conducen al deseo, a la aversión; al sufrimiento. Impulsos que no es capaz de controlar, que después son objeto de críticas, de monólogos internos de pensamiento, interminables en la vacuidad de la mente. Es incapaz de racionalizarlo, de contrastarlo con otras ideas y extraer conclusiones. Aunque al fin y al cabo se está analizando a sí mismo.
Aunque al fin y al cabo, me estoy analizando a mí mismo.

Poco a poco unos engranajes roídos por el tiempo van despertando en su interior, evocando imágenes sin aparente relación, que aparecen en su cabeza durante una milésima de segundo. Se ve observando el declive del mundo, se ve observando un metro cincuenta con pupilas dilatadas destrozando una cabina telefónica; una barra metálica sostenida por unas manos repletas de anillos brillantes, acompañada por una sucia sonrisa flanqueada por orejas agujereadas con aros de falso color plata. Ve una cruz, sí, una cruz cristiana colgando de uno de esos aros, totalmente corrupta, carente de sentido acompañada de pura violencia. Se ve a sí mismo en ese momento, mirando al infinito, ignorando las barbaridades que presencia por miedo a crearse enemigos peligrosos. Se ve, ya más tarde, con el ordenador sobre unas piernas cruzadas en posición natural, tecleando una combinación de letras también sin sentido para intentar canalizar lo que siente. Para intentar, aunque sea un tanto imposible, racionalizar lo que pasa por su cabeza.
Se ve Kafka Tamura, recogiendo la mochila previamente abandonada. Pero él no encuentra el camino para escapar del corazón del bosque, unas profundidades demasiado tenebrosas para una mente carente de luz. Él sigue mirando atrás cuando intenta huir del infierno, sigue quedando petrificado cada vez que observa el amor utópico, esquivándolo como la niebla que lo rodea. Sigue muriendo bajo la apariencia de una vida triste y desalmada. Bajo la rutina. Bajo la Desgracia.

domingo, 8 de noviembre de 2009

I wish...

But I'm a creep.









I don't belong here.

jueves, 22 de octubre de 2009

Les feuilles mortes

"Les feuilles mortes se ramassent à la pelle
Tu vois, je n'ai pas oublié...
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi
Et le vent du nord les emporte
Dans la nuit froide de l'oubli.
Tu vois, je n'ai pas oublié
La chanson que tu me chantais.

C'est une chanson qui nous ressemble
Toi, tu m'aimais et je t'aimais
Et nous vivions tous deux ensemble
Toi qui m'aimais, moi qui t'aimais
Mais la vie sépare ceux qui s'aiment
Tout doucement, sans faire de bruit
Et la mer efface sur le sable
Les pas des amants désunis.

Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi
Mais mon amour silencieux et fidèle
Sourit toujours et remercie la vie
Je t'aimais tant, tu étais si jolie,
Comment veux-tu que je t'oublie?
En ce temps-là, la vie était plus belle
Et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui
Tu étais ma plus douce amie
Mais je n'ai que faire des regrets
Et la chanson que tu chantais
Toujours, toujours je l'entendrai!"

martes, 13 de octubre de 2009

Ens ajuntem els divendres a les fosques
per albirar l'hivern
cremant-se a la vora del mar.

Ja no suporto el tacte
de la teva fredor,
ja no suporto l'olor
de les roses podrides.
El gris pàl·lid a les entranyes
esperant la resposta
a una pregunta inexistent;
'Farewell' adentrant-se més enllà
del mur de la consciència,
i el so humit del piano
borrant-me lentament.

Oh! La teva màgia, els teus extrems;
alegria contagiosa i tristesa
amb ànsies de companyia.
Els teus ulls curiosos
mirant-me amb amor....

Tot allò nostre va morir,
abans de néixer.
I seguim ajuntant-nos
els divendres a les fosques
per albirar l'hivern,
i el meu cor
cremant-se a la vora del mar.

domingo, 4 de octubre de 2009

Desorientado

Sólo sabía que se encontraba en su casa, en su habitación, con la pistola aún en la mano, con sus ideas y sentimientos aún colgando del techo, esperando ser rescatados. Era de noche, desde su ventana podía observar la autopista que llevaba al centro de la ciudad, por la que pasaba un coche, después otro, después otro...El ritmo del mundo parecía haberse ralentizado, todo iba más suave, más lento, menos preciso. Igual era la Noche, con su increíble poder para relativizar el tiempo. O no, igual era él, igual el problema estaba en el filtro, y no en los acontecimientos. Pero en ese momento no estaba para plantearse dudas filosóficas sobre la percepción de la realidad. Miró el reloj; eran las 2 y 11 de la madrugada. Había llegado la hora. Levantó la pistola, la dirigió hacia su cabeza y...

Clac.


Se rompió el gatillo. Ninguna bala perforó el cráneo de Jack, ninguna de ellas osó salir de la recámara y volatilizar sus dudas, hacer explotar sus tormentos. La pistola seguía allí apoyada contra su sien, fría como el perfecto verdugo, con años de experiencia desalmando cuerpos humanos. Ni la pistola ni Jack se habían movido. Nadie dijo nada. Pero Jack parecía notar una extraña vibración proveniente de la propia pistola. La retiró de su sien y la miró con detenimiento, como intentando averiguar qué pensaba aquella masa de hierro. Finalmente, ya con el ceño fruncido, enseñando los dientes con una rabia que nunca había sentido antes, pulsó el gatillo dos, tres, cinco veces más.

Nada.

Una vez más, no conseguía llevar a cabo lo que se proponía, como tantas otras veces. Pero esta vez no era su propia cobardía, no era su falta de interés, de pasión, de ganas y de convencimiento. Era la extraña e indescriptible Fortuna. Sí, aquella maldita zorra, una de aquellas que, después de una noche de sexo, buscan dinero por toda la casa, y una vez lo encuentran, huyen del escenario del crimen con las manos aún sucias de amor artificial y negra codicia. La ves por la calle caminar con sus tacones altos y su generoso escote, su pelo teñido de un azul marino chillón, y su cara, irreconocible bajo las infinitas capas de maquillaje. Fortuna es, posiblemente, una de las mujeres más listas sobre la faz de la tierra. Bajo su aspecto desinteresado y corrupto, a veces es posible observar un pequeñísimo esbozo de intención, de planificación, y a cualquiera le acechan las dudas al preguntarse si ella no está, en realidad, riendo por dentro ante la imbecilidad de quien la observe, con cara de asco, y crea que es una simple zorra. Fortuna es lo que otros llamarían Dios, y Jack, personalmente, llamaría Casualidad. Su vida parecía escrita adrede para topar la mayor cantidad de veces con la Casualidad, pero nunca cuando le interesaba. Por eso estaba tan asqueado con ese concepto, por eso, aunque antes amara el azar que organiza el mundo, igual que amaba la planificación y el destino, ahora que se encontraba tan solo y desorientado no podía hacer más que odiar. Porque necesitaba algo a lo que agarrarse, algo fuerte. Y el odio es terriblemente potente.

De repente, Jack notó como algo salía de su boca, algo incorpóreo, sin masa ni volumen definidos, y se escapaba a través de la ventana abierta. Jack tuvo un momento de indecisión. No sabía si salir a buscar aquella extraña criatura, objeto o sombra, o dejar simplemente que se fuera, ya que era aquella cosa la que había querido salir. El hecho es que esa indecisión mantuvo a Jack en la habitación, extrañado. Y quieto, completamente quieto. Si nos vamos acercando a él, poco a poco, y observamos sus ojos, vemos que la pupila parece un pozo infinito; sigue siendo negra, pero ya no da la sensación de ser una capa de color. Está vacía. Acercando un cristal a los orificios nasales de Jack, nos damos cuenta de que ya no respira, y esto, junto con la completa parálisis del cuerpo, nos indica que ha muerto.

O no.

¿Es sólo su cáscara la que ha fallecido? ¿Debemos llorar por él, lamentarnos y desearle una nueva y mejor vida (o muerte) donde sea que vaya? ¿O igual, esperanzados, preferiremos pensar que esa especie de líquido, gas o lo que fuera sigue danzando por el mundo, y es, en realidad, la verdadera esencia de Jack?

Sólo Fortuna lo sabrá. Nosotros, de momento, no podemos hacer más que creer. Creer

viernes, 18 de septiembre de 2009

Incesante motor de pensamientos

Aún noto el sabor de miel en los labios;
las punzantes voces de ultratumba,
que con voz ronca, corroida por el ruido
del incesante motor de pensamientos, gritan:
"¡Cobarde!",
y siguen acechándome
en la oscuridad de la noche.
Y yo, con la puerta cerrada,
la almohada bajo el cuello,
me refugio en la calidez de la manta.

Fuera, los fulgurantes luceros nocturnos
parecen reírse ante la situación.
"Mirad" deben decir,
"es un hombre asustado de sí mismo".

Y cuando no consigo conciliar el sueño
cierro los ojos y pienso
en una nueva salida del Sol.
Pero el mañana parece un ayer ya vivido
cuando nada cambia, todo gira;
la lluvia no es lluvia, el Sol no calienta,
y tú eres menos Tú que nunca.

Y es que las voces siguen punzantes en mis oídos,
la noche sigue riendo a mi costa,
y yo, perdido en un mar infinito,
sin mapa ni dirección ni energía,
dejo que el agua penetre mi piel fría,
y me disuelvo en la común indiferencia.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Atlanta chronicles

Days passed by as rain pours into the ground, slowly, softly; no emotion. He didn't need emotions though, he needed relax, and that's exactly what he got. Isolation. Time to think, to find out what the hell did he want. Because one of his biggest problems was that he didn't know what he wanted, or sometimes he wanted too many things. And when finally, he had a clear image of his desires, he didn't have enough courage to try to get it. He feared failure.
Tuesday arrived, and at six o'clock, he was already on the field, prepared to beat himself, to let his mind apart, and focus on his body, on the ball. He could feel it touching his right foot, just as it had been for the last three years, each Tuesday, Thursday and Saturday. But now he was on a different country, with different people; he felt just like the first day he entered in the team back in Barcelona. However, he felt no shame nor fear, he loved the feeling of having everything to do, starting again, just like at the old days. Those men had done no judgment yet, hadn't formed any idea of how he was. And he liked that.
After 30 minutes of jogging, running and jumping (the physical preparation for the upcoming season), what he called the 'real training' started. He got a yellow bib, and a ball, the only ball in the field. He lead the ball to the small point in the center circle, and he passed it to Tim. Tim was a strong man, one of the few non-Latinos of the team. When he laughed, his jaw seemed to get off his face, moving forward eagerly. The next days, he started a friendship with that funny man, sharing the same hobby (football), but also the same addiction (tobacco).
That's why at the end of the training, he asked Tim if he could get some cigarettes for him. He had difficulties explaining himself with the term of hand rolling tobacco; the colloquial words lacking in his vocabulary. “I don't know what you mean, but it should be easy to find some regular cigarettes”. “Well...where?” “Hey, you can ask around in your school, you'll find someone for sure”. “I don't go to school here, I'm on vacation” he said, thinking that Tim should already know that. “Well...okay, so I'll get it for you, it's easy, no problem. I'll bring it to the practice, and then we make the exchange. Cool?” “Yeah, perfect”. So he had fixed the mistake of bringing little tobacco for the trip by buying as much as he needed. He was excited, but also exhausted. So when he arrived home, he locked himself in his room, he prepared a bath, and with a cigarette in his right hand and a margarita (found in her uncle's pantry) in his left, he quietly celebrated the occasion.

sábado, 8 de agosto de 2009

"¿Com podia no estimar una persona tan excepcionalment i entranyablement singular, una persona tan dolorosament honesta i conscient de si mateixa, els pensaments i les emocions de la qual apareixien amb tota nitidesa davant de tothom, circulant com partícules carregades a través de les seves expressions i els seus gestos canviants? Fins i tot sense la seva bellesa ossuda l'hauria hagut d'estimar."

Ian McEwan, A la platja de Chesil

jueves, 16 de julio de 2009

Turbulencias.

Los extremos de su larga gabardina negra le rozaban suavemente las pantorrillas. Levaba un sombrero, también negro, que permanecía mojado tras la lluvia de la mañana, y del que se desprendía ocasionalmente alguna gota de agua fría, que a medida que iba recorriendo su cara, de la frente a la barbilla, iba enfriándose cada vez más, hasta quedar congelada entre los pelos de su barba. Llevaba el pelo largo, aunque no llegaba a cubrirle los ojos, de tal manera que su frente quedaba tapada por un tupido velo negro, y su mirada, despejada. Tenía una mirada profunda, concisa. Nadie se atrevía a mirarle a los ojos, puesto que su transparencia amenazaba con transportar al que se atreviera a un lugar turbulento, atormentado e incómodo: su mente.
Desde la salida del sol, había permanecido en la misma barandilla, mirando al mar, lo más parecido a él que había encontrado nunca. El estado natural de aquella infinita masa de agua era una serenidad a primera vista imperturbable, pero que en las noches de tormenta desaparecía por completo, y se veía remplazada por una terrible brutalidad, por una furia, una violencia incontrolable que destrozaba todo a su paso. Además, parecía caliente, o como mínimo templada en la superficie, pero sus profundidades ocultaban la más dura frialdad. Y lo mejor de todo: era voluble, adaptable, pero cuando quería tenía una voluntad imparable.

En realidad, el hecho de observar al mar era sólo una manera de auto-observarse, una manera de conocerse evitando mirar en su interior. Porque tenía miedo. Aquél personaje, de aspecto irreductible, imperturbable, estaba dominado por un miedo interno que, como un gusano, iba descomponiéndole las entrañas. Miedo de su pasado, de lo que había llegado a convertirse. Penetrando en sus recuerdos, se reconocía como un inocente muchacho que vagaba por las calles, buscando algo, no sabía qué. Y esta interminable búsqueda lo había llevado por caminos oscuros, marginales, que lo habían transformado de manera increíble.

Alargó su mano hacia el interior de su gabardina; parecía buscar algo (esta vez si que sabía qué). Puso entre sus dedos un cigarro, y con la parsimonia del hábito ya asimilado, abrió el mechero, y notó la gasolina, mezclándose con el humo del tabaco, penetrándole los pulmones.
Se giró, y emprendió el camino de vuelta. A su vida, a sus gilipolleces, a su estupidez. Esa era su sensación aún cuando, haciendo girar una llave que llevaba demasiado tiempo en su bolsillo, sin ser utilizada, abrió la puerta.

Y una vez dentro de su mente, murió. No pudo soportar la horrible sensación de no haber hecho nada, o peor, de haberlo hecho todo mal. Pero su cuerpo, su no-vida, permanecía allí, caminando hacia el Hogar, aún mirando al mar...

domingo, 5 de julio de 2009

"El Jazz tiene difícil definición, no sirve apelar a la improvisación como esencia peculiar porque la improvisación no es de su propiedad, la comparte con otras músicas de la antigüedad y del presente que no se consideran a sí mismas Jazz. El Jazz presume de libertad y sin embargo la mayoría de quienes dicen ejercerla son réplicas, clones, aburridísimos estereotipos con un instrumento entre manos. Entonces, ¿qué es el Jazz? No tengo ni idea pero, de alguna manera, quien de verdad se aficiona desarrolla un sexto sentido que le incita a seguir la pista de algunos músicos y no de otros. Pura intuición que nada tiene que ver con la Ciencia de la Música. Sólo la gran literatura ha sabido poner palabras a su esencia, nunca un diccionario.

Tengo una teoría al respecto de por qué el Jazz no es una música popular. El verdadero músico de Jazz ofrece incertidumbre mientras la música popular es predecible. La mayoría de la gente odia la incertidumbre, necesita caminar sobre seguro incluso en aquello que entra por sus oídos. Seguros de coche, seguros para la vivienda, de viaje, de vida (¡!), de muerte... ¡¿cómo no iban a asegurar también la música?! La seguridad, el control de las circunstancias que uno tiene cuando intuye (¡y acierta!) qué viene en el siguiente compás, qué dirá la letra, cómo acabará el romance, qué gritará ella al verse traicionada por su novio. No soportamos que esa mujer que llora el engaño pase a hablarnos de golpe sobre la belleza bucólica de un paisaje y, poco después, antes de volver a llorar, del último libro de Paulo Coelho. ¡Demonios! ¡¡Qué incoherencia!! ¡¡¡No tiene sentido!!! Esa mujer debería llorar y planear la venganza, una venganza que, eso sí, por inocente nunca sería capaz de llevar a cabo, sólo el Jazz lo haría. Pero, ¿qué mayor coherencia que el discurso interrumpido? ¿Qué más humano que la risa tras el lloro y el lloro tras la risa? ¿Qué más terapéutico que la evasión ante el dolor para poder volver a afrontarlo? Eso es el Jazz. La imprevisibilidad de la vida expresada en música.

¡Ojalá el Jazz fuera eso! Hubo un día, no sé cuándo, en que todo lo que empezó a llegar a mis oídos era completamente previsible. ¡¡Y eran los grandes!! Los llamados a liderar la música más libre que nunca se hubiera escuchado sobre la faz de la tierra habían encontrado la fórmula para superar los obstáculos que la armonía pone en el camino sin asfaltar de la partitura. ¡Y todos los saltaban con la misma pierna, con la misma inclinación del tronco, caían igual al otro lado! Y daban vueltas a la pista como en una competición de 10000 obstáculos. Una y otra vez, y otra y otra, así hasta que uno y otro y otro fueron cayendo y saliendo de la pista, mientras los más fuertes continuaban con su carrera precisa, perfecta, circular, cada quinientos metros un poquito más rápido, otro poquito más, sin inmutar el rostro, sin mirar atrás, con la única ilusión de ser el primero al final de la carrera. ¡¡Enhorabuena!! Has ganado pero no lo he visto, hace tiempo que me fui.

[...] El Jazz es música para oyentes esforzados, orejas que ponen todos los sentidos a disposición del creador (¡Qué enorme responsabilidad!) porque necesitan ser zarandeados, recibir un croché directo al estómago seguido de un beso en la mejilla, de un grito ahogado en alcohol, de sexo desgarrador, de susurros entre el ruido del viento, de caricias en la espalda, de un golpe sobre la mesa... Son almas que necesitan encontrar mundos fuera de este, que quieren ser agarradas por la solapa, que buscan despertar esas sensaciones que la droga del día a día les ha arrebatado. ¡¡Quieren morir habiendo vivido!! O al menos que alguien les recuerde de vez en cuando que pudo haber sido de otra manera. Por eso me aburres tú, impostor con un saxo bajo el brazo, virtuoso escalador experto en piruetas, en fuegos de artificio que estallan donde la computadora les ordenó. ¡¡Rompe tu instrumento!! ¡¡¡Hazlo pedazos!!! Será tu gran gesto heroico, tu salvación.

Hacía mucho tiempo que no escuchaba una Jam Session. Y anoche recordé por qué había dejado de acudir. Abrí la puerta de aquel garito y pude oler el polvo que se había acumulado sobre los músicos que una semana más, años después, seguían escribiendo los mismos solos sobre los mismos standards mientras los recién llegados copiaban hasta el último de los gemidos de Keith Jarrett con la aspiración de que aquella tía buena de la barra se fijara en lo bien que se contorsionaba mientras soplaba Stella by Starlight con los ojos cerrados para luego acercarse a ella y darse cuenta de que, en el fondo, no estaba tan buena, de que todo había sido producto de la misma imaginación por la que un día pensó que aquello que salía de su instrumento era algo parecido al Jazz."

Carlos Pérez.

lunes, 29 de junio de 2009

Miel

Cuando tu mirada penetra
a través de mi alma,
y a pesar de lo que puedas ver,
tus ojos siguen danzando,
como una espada.

Cuando tus pensamientos
se reducen a la Nada
y tus sentimientos al Todo,
creo creer que me amas.
Pero el sol parece no existir
en los días nublados,
y tu sangre, hirviendo
como de costumbre,
rechaza mi contacto con presteza.

Y mis pensamientos, sumidos
en un pozo sin fondo,
acaban por desaparecer.

Aún noto el sabor de miel
en los labios.