domingo, 13 de diciembre de 2009

Las cartas ya están repartidas. Lo están desde hace ya mucho tiempo. Una mesa especialmente preparada, recubierta por un suave tapete verde, sostiene tanto cartas como fichas, un número predeterminado de fichas, constante durante toda la partida. Las fichas se reparten al inicio de la partida, la misma cantidad para cada jugador. Éstos ganan, pierden, deciden prudentemente mantenerse al margen. Ninguno de ellos se atreve a mirar por ahora las cartas que residen justo delante de sus fichas. Y aunque las miraran, no sabrían cuáles son. Una vez vistas, que no comprendidas, el jugador decide. Esa decisión primordial, la de jugar o no, convierte a los participantes en esclavos de nuestra común amiga Fortuna. Porque aún quedan cinco cartas por aparecer. Pero la clave de toda la partida son las apuestas. Aún con el completo desconocimiento de lo que la suerte nos depara, debemos apostar, sí, apostar con la convicción de un éxito final. Porque sino dime, ¿por qué apuestas? ¿Apuestas cuando eres consciente que no tienes nada, jugándotela aunque sepas que la partida no te va a favorecer? Si es así, por favor retírate, no juegues por jugar. Hay demasiados perdedores compulsivos, que se dejan llevar por lo que el mundo decida, que se juegan toda su fortuna en cada partida. Y aquí no vale la típica convicción de que Fortuna nos ayudará, porque no es así, lo sabemos todos. Siendo la suerte una zorra, ya descrita demasiadas veces, dudo de que te desprecies a ti mismo confiando en ella. O al menos éste sería un gesto que no denotaría demasiada inteligencia en tu pequeño cerebrito de intelecto subdesarrollado, que es lo que poseemos todos. Esto es un juego de Hombres (cosa que, siendo correctamente entendida, no excluye en ningún caso a las féminas), así que si aún no has aprendido ni a pararte a reflexionar... de nuevo, retírate. Sobras.
Algunos dicen que actuar irreflexivamente, dejarse llevar por la suerte, les produce emoción, cierto placer. No, eso no es placer, o al menos no como lo entiendo yo. Eso es una cosa llamada adrenalina, es decir, una reacción química, material. Y no me hagáis reir diciendo que en realidad son todo reacciones químicas, porque os estaríais mintiendo, y lo sabéis. Diré que esto es un juego, con todo lo que ello implica. Pero no es un juego cualquiera. Aquí tú eres Juez de tus propios actos, de los actos de los demás. Aquí tú debes decidir si lo que te ha deparado la suerte te favorece o no, si lo que a otros puede haberles deparado va a minimizar tu éxito. Pero no, no es una competición. No juegas contra los demás. Juegas contigo, con la única libertad de decidir, de actuar. La más importante de todas.
Así que repito, si no sabes decidir, o si aún te pudre por dentro la inocencia de confiar en un éxito incierto, retírate. Porque si por lo que sea ganaras, eso no sería una Victoria, ya que no la habrás logrado tú. El juego te habrá ganado a ti, te habrá capturado con sus enormes zarpas mientras tú, un minúsculo niño sin conciencia, corrías, bailabas y jugabas entre un campo de centeno. Sí, habrás subido a la colina, pero no, no habrás subido. El juego te habrá elevado sólo un instante para después poder despedazarte con más facilidad. Y los pedacitos que queden de ti serán devorados con presteza por un mundo que muere de hambre, que acecha desde la colina a las esquizofrénicas criaturitas danzantes. No juegues dejando que Fortuna te atrape. Juega contra ella, derrótala. Pero recuerda, nada de esto es una competición, aunque sí un juego. Y como tal, disfrutarás de lo lindo, eso te lo puedo asegurar.

1 comentario:

Marina dijo...

m'agrada molt tot el que he llegit!
he arribat aquí de rebot..
aniré mirant més :)
1petó