jueves, 22 de octubre de 2009

Les feuilles mortes

"Les feuilles mortes se ramassent à la pelle
Tu vois, je n'ai pas oublié...
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi
Et le vent du nord les emporte
Dans la nuit froide de l'oubli.
Tu vois, je n'ai pas oublié
La chanson que tu me chantais.

C'est une chanson qui nous ressemble
Toi, tu m'aimais et je t'aimais
Et nous vivions tous deux ensemble
Toi qui m'aimais, moi qui t'aimais
Mais la vie sépare ceux qui s'aiment
Tout doucement, sans faire de bruit
Et la mer efface sur le sable
Les pas des amants désunis.

Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi
Mais mon amour silencieux et fidèle
Sourit toujours et remercie la vie
Je t'aimais tant, tu étais si jolie,
Comment veux-tu que je t'oublie?
En ce temps-là, la vie était plus belle
Et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui
Tu étais ma plus douce amie
Mais je n'ai que faire des regrets
Et la chanson que tu chantais
Toujours, toujours je l'entendrai!"

martes, 13 de octubre de 2009

Ens ajuntem els divendres a les fosques
per albirar l'hivern
cremant-se a la vora del mar.

Ja no suporto el tacte
de la teva fredor,
ja no suporto l'olor
de les roses podrides.
El gris pàl·lid a les entranyes
esperant la resposta
a una pregunta inexistent;
'Farewell' adentrant-se més enllà
del mur de la consciència,
i el so humit del piano
borrant-me lentament.

Oh! La teva màgia, els teus extrems;
alegria contagiosa i tristesa
amb ànsies de companyia.
Els teus ulls curiosos
mirant-me amb amor....

Tot allò nostre va morir,
abans de néixer.
I seguim ajuntant-nos
els divendres a les fosques
per albirar l'hivern,
i el meu cor
cremant-se a la vora del mar.

domingo, 4 de octubre de 2009

Desorientado

Sólo sabía que se encontraba en su casa, en su habitación, con la pistola aún en la mano, con sus ideas y sentimientos aún colgando del techo, esperando ser rescatados. Era de noche, desde su ventana podía observar la autopista que llevaba al centro de la ciudad, por la que pasaba un coche, después otro, después otro...El ritmo del mundo parecía haberse ralentizado, todo iba más suave, más lento, menos preciso. Igual era la Noche, con su increíble poder para relativizar el tiempo. O no, igual era él, igual el problema estaba en el filtro, y no en los acontecimientos. Pero en ese momento no estaba para plantearse dudas filosóficas sobre la percepción de la realidad. Miró el reloj; eran las 2 y 11 de la madrugada. Había llegado la hora. Levantó la pistola, la dirigió hacia su cabeza y...

Clac.


Se rompió el gatillo. Ninguna bala perforó el cráneo de Jack, ninguna de ellas osó salir de la recámara y volatilizar sus dudas, hacer explotar sus tormentos. La pistola seguía allí apoyada contra su sien, fría como el perfecto verdugo, con años de experiencia desalmando cuerpos humanos. Ni la pistola ni Jack se habían movido. Nadie dijo nada. Pero Jack parecía notar una extraña vibración proveniente de la propia pistola. La retiró de su sien y la miró con detenimiento, como intentando averiguar qué pensaba aquella masa de hierro. Finalmente, ya con el ceño fruncido, enseñando los dientes con una rabia que nunca había sentido antes, pulsó el gatillo dos, tres, cinco veces más.

Nada.

Una vez más, no conseguía llevar a cabo lo que se proponía, como tantas otras veces. Pero esta vez no era su propia cobardía, no era su falta de interés, de pasión, de ganas y de convencimiento. Era la extraña e indescriptible Fortuna. Sí, aquella maldita zorra, una de aquellas que, después de una noche de sexo, buscan dinero por toda la casa, y una vez lo encuentran, huyen del escenario del crimen con las manos aún sucias de amor artificial y negra codicia. La ves por la calle caminar con sus tacones altos y su generoso escote, su pelo teñido de un azul marino chillón, y su cara, irreconocible bajo las infinitas capas de maquillaje. Fortuna es, posiblemente, una de las mujeres más listas sobre la faz de la tierra. Bajo su aspecto desinteresado y corrupto, a veces es posible observar un pequeñísimo esbozo de intención, de planificación, y a cualquiera le acechan las dudas al preguntarse si ella no está, en realidad, riendo por dentro ante la imbecilidad de quien la observe, con cara de asco, y crea que es una simple zorra. Fortuna es lo que otros llamarían Dios, y Jack, personalmente, llamaría Casualidad. Su vida parecía escrita adrede para topar la mayor cantidad de veces con la Casualidad, pero nunca cuando le interesaba. Por eso estaba tan asqueado con ese concepto, por eso, aunque antes amara el azar que organiza el mundo, igual que amaba la planificación y el destino, ahora que se encontraba tan solo y desorientado no podía hacer más que odiar. Porque necesitaba algo a lo que agarrarse, algo fuerte. Y el odio es terriblemente potente.

De repente, Jack notó como algo salía de su boca, algo incorpóreo, sin masa ni volumen definidos, y se escapaba a través de la ventana abierta. Jack tuvo un momento de indecisión. No sabía si salir a buscar aquella extraña criatura, objeto o sombra, o dejar simplemente que se fuera, ya que era aquella cosa la que había querido salir. El hecho es que esa indecisión mantuvo a Jack en la habitación, extrañado. Y quieto, completamente quieto. Si nos vamos acercando a él, poco a poco, y observamos sus ojos, vemos que la pupila parece un pozo infinito; sigue siendo negra, pero ya no da la sensación de ser una capa de color. Está vacía. Acercando un cristal a los orificios nasales de Jack, nos damos cuenta de que ya no respira, y esto, junto con la completa parálisis del cuerpo, nos indica que ha muerto.

O no.

¿Es sólo su cáscara la que ha fallecido? ¿Debemos llorar por él, lamentarnos y desearle una nueva y mejor vida (o muerte) donde sea que vaya? ¿O igual, esperanzados, preferiremos pensar que esa especie de líquido, gas o lo que fuera sigue danzando por el mundo, y es, en realidad, la verdadera esencia de Jack?

Sólo Fortuna lo sabrá. Nosotros, de momento, no podemos hacer más que creer. Creer