jueves, 24 de diciembre de 2009

Cortázar

Dudaré una vez más de tus caricias mientras el sórdido eco de unas velas amarillas, constante a través de la noche, ensordece mis oídos con su juego de palabras aferradas a un significado carente de sentido y me mareas con tus lujuriosas miradas y me mantienes pegado a la silla y con un intenso sabor a whisky en la garganta, que sigue transportándome hacia el mareo más profundo y vomitivo, pero no, porque me niego a pensar en baños oscuros y me niego a sustituir el licor de la garganta por cierto ácido intestinal. Y menos contigo delante, y menos viéndome desbordado, absorbido progresivamente por el espiritualismo de John Coltrane o Pharoah Sanders que luchan contra tu discurso, incoherente pero atractivo a pesar de todo porque qué quieres hacer contra una personalidad tan destacada enseñándote a través de la palabra unas enormes terrazas sin tiempo, cosa extraña en el devenir de nuestra especie en que tantos entes pensantes han intentado expresar una tosca irracionalidad razonable. Y menos con esos carnosos labios redibujándose constantemente al son de unos versos de Baudelaire, unos ojos abiertos y translúcidos, que permiten observarte con leves tonos verdáceos reflejándose en el interior de una caverna que ni tú misma sueles explorar. Porque se te ve feliz al descubrir no sólo a un interlocutor totalmente entregado a la densa charla que pocos soportan, sino al descubrir también cuánta verdad albergas en tu memoria instintiva y cuántas síntesis compendiadas de dialécticas eternas bajo una espesa nube de humo, sobre una iluminación precaria que sólo permite ver brillar los ojos de quienes poseen ese insólito talento.

Pero lo mejor no es ese torrente de ideas revolucionarias que siempre han estado flotando al alcance de quien se atreviera a volar. Lo mejor es el silencio que las sucede, precedido por una especie sentimiento de cobardía por parte de la razón, amedrentada ante el descubrimiento de lo absoluto, por fin lo absoluto, lo irremplazable e indiscutible que se instala en esa memoria instintiva, y poco a poco uno va aprendiendo a ser consciente de la vida pero no necesitar el puro cálculo para la decisión. Es ahí cuando cerramos los ojos y con el pulgar empiezo a recorrerte los labios, dejando que te abandones a una pasión serena, cobijada por la atemporalidad nocturna, y voy como reconociendo cada parte de tu cuerpo, y tú te estremeces bajo el frío tacto de unas manos castigadas por las temperaturas invernales, y suplicas en silencio que siga, que siga, y te unes tú también al nudo de brazos y piernas entrelazados, el sexo, qué palabra tan sucia, pero no, eso no deberíamos llamarlo así, es algo más, es el deseo más puro sobre un blanco impoluto, aunque sea todo fruto de la típica-tópica pasión irrefrenable.

Oh, sí.

Un zippo con más historia que muchos de los títeres que se ven por la ventana caminando por la calle se abre con delicadeza, y a través de él “transmite después de tantos siglos afanosos su ambiciosa tarea Prometeo a unos esbeltos dedos de mujer”, como diría nuestro amigo Salinas. El cigarrillo queda ya encendido, substituyendo de alguna manera el fuego que lo había precedido, y mientras el humo empieza a difuminar la luz de las velas, dos sonrisas cansadas tras haber superado una dura batalla se encuentran en un beso incompleto pero eterno, que sobrevive a los olvidos instantáneos que caracterizan esto que llamamos vida, que es escogido entre tantos otros momentos por una memoria tan selectiva que poco a poco va destruyendo los restos inservibles que ahí residen, por muy hermosos que sean. Los primeros párpados caen, y no saben aún si están durmiendo, otros párpados se resisten a cerrarse ante la apasionante escena de una mujer satisfecha ya durmiendo, de una respiración tranquila, como si hubiera encontrado por fin el refugio ante la vida, que los atacaba a ambos constantemente con destinos demasiado lejanos, y ellos no podían más que abrazarse mientras miraban el repiqueteo de la lluvia.

En fin, literatura”.

1 comentario:

Román Sánchez dijo...

Por fin ya, al encontrarte con Cortázar, has sintetizado todo aquello que has ido recogiendo a lo largo de tu vida intelectual.

Espero que no te pierdas demasiado por estos lúgubres laberintos metaliterarios... espero que pronto te des cuenta de que las cosas no se quedan más claras -o son más tuyas- al escribirlas.

En fin, este es un momento crucial y yo ya me quedo en un segundo plano, yo ya me aparto del todo.