jueves, 9 de septiembre de 2010
Me gusta demasiado esta palabra, aunque no suela tener razones para utilizarla, sigue volviendo a su hogar, a sentarse conmigo para la cena. Come mucho, devora todo lo que puede encontrar. Frecuentemente ocurre durante la cena que, al volver yo de buscar algo en la cocina, ella ya se ha comido todo lo que había encima de la mesa. Y siempre acabo estirado en el sofá, libro entre manos, con el estomago increíblemente vacío, un doloroso vacío en las entrañas. Sólo me queda el único libro que ella siempre deja a parte, porque no se cree capaz de digerir. Aquél querido libro que siempre me acompaña, y que resiste conmigo entre las ruinas de lo que llamábamos tranquilidad, orden, serenidad.
Jamás entenderé cómo hechos que ni siquiera he vivido, que no son para mi más reales que cualquier novela de Scott Card, pueden trastocar tanto unos cimientos que empezaban a ser ya considerablemente sólidos. Cómo pueden invitar palabras tan horrendas a mi querido y intocable refugio, y soltar las cadenas que las sujetaban, y dejarlas campar a sus anchas por mi hogar, destrozando estanterías, desmenuzando libros, arrancando cuadros, pintura y cemento de las paredes, arañándolas mientras sólo se oyen sus gemidos de bestias salvajes.
Sólo ese libro, sólo ese libro, sólo ese libro, por favor.
miércoles, 25 de agosto de 2010
!!
domingo, 30 de mayo de 2010
Pauline
y tabaco seco,
se me aparece un olor
de ese beige claro
que acaricia las mejillas
y presiona suavemente los tímpanos.
Imponiéndose por encima del lodo
surge magnífica
una luz anaranjada
con sabor a sal
que me encadena entre las nubes
y no me quiere soltar.
Y es ese instante,
sólo una reluciente gota
de memorias perceptivas.
Pero ¡ay! qué bonito
es tenerte al lado
a estas horas de la noche,
aun sin poder acariciarte.
jueves, 15 de abril de 2010
El filósofo meditando - Rembrandt
- Inténtalo, querida, inténtalo todas las veces que quieras, que yo seguiré danzando en las tinieblas, buscando un lugar seguro en el que no exista esta pesadez ambiental que tanto te gusta.
Y más allá de la lámpara, un ventanal medio abierto, que la noche convierte en inservible, pues no consigue iluminar la habitación más que con los residuos que dejan las farolas de la calle. La mirada va desviándose un poco más abajo, un poquito nada más, y a los pies de la ventana, un sinfín de libros desordenados, amontonados sin sentido, abiertos por páginas en ningún caso aleatorias, llenas de marcas de la avidez del lápiz en su continua búsqueda de nuevas verdades. Una vela para facilitar la lectura, que desprende un olor a flores de lejanos campos aún vírgenes e intocables, apoyada sobre la mesa de madera rugosa y arisca, que raspa las yemas de los dedos al intentar recorrerla. De fondo, un cántico caótico de cierto instrumento de viento que se retuerce en la dificultad introspectiva, que cae de repente y vuelve a levantarse de nuevo con una incesante armonía, que vuelve a ascender hacia los niveles más altos de la belleza incorpórea, y nos eleva entre delicados colchones de ingravidez. Y la música se amalgama progresivamente con las diversas luces que dominan la habitación, con el olor a libertad putrefacta y madera carcomida de tantos años, de tantos libros y tanta ambición. Cerramos los ojos, y en un ejercicio de autoconciencia vislumbramos la oscuridad más certera, más real y verdadera que cualquier frágil y artificiosa lámpara de cristal.
Y ahí es cuando aparece el Camino.
Una larga escalera de caracol que se concentra en sí misma al ritmo de la música y va ascendiendo hacia la oscuridad más hermosa. ¿Qué encontramos si ascendemos, con qué esperamos topar en los más recónditos parajes de nuestro espíritu? ¿A qué nos llevará esta meditación momentánea? ¿Acaso al conocimiento profundo del mundo, a la comprensión de la realidad inefable, de la belleza, de Dios? Por ahora sólo sabemos que habiendo escapado de los estímulos sensoriales, nos encontramos más allá, alejados de todo contacto con la realidad y al mismo tiempo más cercanos a nuestra esencia, a nuestro carácter atemporal e inabarcable. Sólo sabemos que poco a poco, vamos acercándonos cada vez más a esa unidad indivisible e inexplicable, y que la habitación ha dejado de tener sentido, y que al fin y al cabo, sólo nos es necesaria esa indefinible escalera que se adentra en la oscuridad.