jueves, 14 de enero de 2010
Fatiga
- Me estás cansando un poco, la verdad, con tu tranquilidad contemplativa, tu asqueroso conformismo y ese autodestructivo sentimiento de impotencia. Estaría bien que algún día te ataran a una silla, y poco después destrozarte las piernas, te obligaran a la sinceridad emocional. "¡Ése es tu delito!" le gritarían a una cara pintada de sangre. A ver si así de una vez por todas aprenderías a luchar por tu libertad, esa que tanto defiendes y exiges como buen romántico empedernido; o mejor, igual aprenderías a luchar por lo que...
- Perdona, pero ¿quién eres tú? ¿Qué derecho crees poseer como para hablarme a mí sobre mi vida y mis problemas, que lógicamente sólo podré resolver en mi soledad?
- Y qué importa eso. Déjate ya de tantas estrías protocolarias de presentación y escúchame un poco, por Dios, que no es tan difícil. Y si te estoy hablando de tus problemas, eso ya es un indicio de la inexistencia de soluciones. Dime, ¿cuál es tu actitud vital? Intentar arreglar los problemas ajenos, y esperar que los tuyos los arreglen los demás. Va hombre va. Esperar...eres un maldito conformista estoico. ¡Rómpelo todo, del todo, para siempre! Y que te odien si es necesario, que chirríen sus dientes de rabia al ver tu sonrisa inconformista, que te admiren sólo los que como tú en este momento carecen del valor necesario en la vida, que te admiren por tus actos y no por tu imagen. Que tú te admires a ti mismo y logres disfrutar de una vez por todas. Confianza, valor. Porque ganas te sobran, y creo que incluso tú mismo estás ya un poco cansado de este recorrido lineal. ¡Salta, coño, salta, y deja que los demás hagan lo que quieran! Y cuando calles por miedo al rechazo golpéate allí donde más duela, y recuerda que el tiempo es corto, y que el único camino preestablecido son las tinieblas de la perdición.
viernes, 1 de enero de 2010
Ara
martes, 29 de diciembre de 2009
Tres hielos bien contados van perdiendo su entereza, abrazados por (cómo no) un whisky cada vez más seco en su odiado escondite, entre piezas de ropa de otro tiempo, junto a un mechero inutilizado e inservible que espera ser reparado por algún experto en el tema y volver a lanzar de nuevo su llama. Un hombre sólo protegido por una triste chaqueta con el cuello levantado cierra los ojos sin sueño mientras apoya su espalda en la silla, robada previamente de otra habitación y colocada con cuidado en el porche de la casa. El hombre parece estar hablando con un tal Coltrane, y aunque nosotros no logremos escuchar nada, él recita con fuerza un salmo, sí, una especie de oración saxofónica que se retuerce como una hormiga al borde de la muerte, y le recuerda su pequeñez en este mundo, su soledad, tras haber visto a sus amigos morir al otro lado de las férreas vías telefónicas. La distancia y su inexorable capacidad para romper cuadrículas mentales; la soledad como vía para el desconocimiento de uno mismo, para la confusión máxima y la tristeza absoluta.
Why so blue, O?
Las notas aparentemente sin sentido se amalgaman con su embriaguez, y para acabar de rematarse, él absorbe la substancia restante en el vaso. El último sorbo. Já. La de reflexiones metafóricas que podrían surgir de esto, reflexiones como siempre sin ningún provecho, sin ninguna conclusión, con las que sólo se acaba odiándose a uno mismo si es que no hay más interlocutores. El hombre continúa su conversación con el muerto mientras deja de existir paulatinamente a medida que el alcohol atraviesa un hígado ya medio muerto y pasa a la sangre y pasa al cerebro y a la mente y al alma, y allí se mezcla a su vez con la nicotina absorbida en grandes cantidades a falta de otras substancias internas que le proporcionen tranquilidad. Mira a su alrededor y se da cuenta de que está lloviendo, ya desde hace un rato, y las viejas zapatillas bajo las que se esconden unos pies castigados por la humedad y los años están completamente mojadas, empapadas no sabe de qué, si de lágrimas divinas, si de un fenómeno meteorológico como los demás o si ha sido simplemente uno de los vasos de licor (entre el tercero y el cuarto) que ha decidido atacarlo y dejar así pruebas de su existencia. Y ni así va a conseguir ese líquido mata-conciencias ser mínimamente eterno, pues desaparecerá a la primera lavada, sin que antes nadie repare en la presencia del punzante olor.
Ya cansa tanta descripción soporífera, tanta reflexión metafórica distribuida en frases largas de textos tan cortos como la inteligencia del que los escribe. Qué hastío, Déu meu. Hasta dónde hemos llegado.
sábado, 26 de diciembre de 2009
Foc
jueves, 24 de diciembre de 2009
Cortázar
Dudaré una vez más de tus caricias mientras el sórdido eco de unas velas amarillas, constante a través de la noche, ensordece mis oídos con su juego de palabras aferradas a un significado carente de sentido y me mareas con tus lujuriosas miradas y me mantienes pegado a la silla y con un intenso sabor a whisky en la garganta, que sigue transportándome hacia el mareo más profundo y vomitivo, pero no, porque me niego a pensar en baños oscuros y me niego a sustituir el licor de la garganta por cierto ácido intestinal. Y menos contigo delante, y menos viéndome desbordado, absorbido progresivamente por el espiritualismo de John Coltrane o Pharoah Sanders que luchan contra tu discurso, incoherente pero atractivo a pesar de todo porque qué quieres hacer contra una personalidad tan destacada enseñándote a través de la palabra unas enormes terrazas sin tiempo, cosa extraña en el devenir de nuestra especie en que tantos entes pensantes han intentado expresar una tosca irracionalidad razonable. Y menos con esos carnosos labios redibujándose constantemente al son de unos versos de Baudelaire, unos ojos abiertos y translúcidos, que permiten observarte con leves tonos verdáceos reflejándose en el interior de una caverna que ni tú misma sueles explorar. Porque se te ve feliz al descubrir no sólo a un interlocutor totalmente entregado a la densa charla que pocos soportan, sino al descubrir también cuánta verdad albergas en tu memoria instintiva y cuántas síntesis compendiadas de dialécticas eternas bajo una espesa nube de humo, sobre una iluminación precaria que sólo permite ver brillar los ojos de quienes poseen ese insólito talento.
Pero lo mejor no es ese torrente de ideas revolucionarias que siempre han estado flotando al alcance de quien se atreviera a volar. Lo mejor es el silencio que las sucede, precedido por una especie sentimiento de cobardía por parte de la razón, amedrentada ante el descubrimiento de lo absoluto, por fin lo absoluto, lo irremplazable e indiscutible que se instala en esa memoria instintiva, y poco a poco uno va aprendiendo a ser consciente de la vida pero no necesitar el puro cálculo para la decisión. Es ahí cuando cerramos los ojos y con el pulgar empiezo a recorrerte los labios, dejando que te abandones a una pasión serena, cobijada por la atemporalidad nocturna, y voy como reconociendo cada parte de tu cuerpo, y tú te estremeces bajo el frío tacto de unas manos castigadas por las temperaturas invernales, y suplicas en silencio que siga, que siga, y te unes tú también al nudo de brazos y piernas entrelazados, el sexo, qué palabra tan sucia, pero no, eso no deberíamos llamarlo así, es algo más, es el deseo más puro sobre un blanco impoluto, aunque sea todo fruto de la típica-tópica pasión irrefrenable.
Oh, sí.
Un zippo con más historia que muchos de los títeres que se ven por la ventana caminando por la calle se abre con delicadeza, y a través de él “transmite después de tantos siglos afanosos su ambiciosa tarea Prometeo a unos esbeltos dedos de mujer”, como diría nuestro amigo Salinas. El cigarrillo queda ya encendido, substituyendo de alguna manera el fuego que lo había precedido, y mientras el humo empieza a difuminar la luz de las velas, dos sonrisas cansadas tras haber superado una dura batalla se encuentran en un beso incompleto pero eterno, que sobrevive a los olvidos instantáneos que caracterizan esto que llamamos vida, que es escogido entre tantos otros momentos por una memoria tan selectiva que poco a poco va destruyendo los restos inservibles que ahí residen, por muy hermosos que sean. Los primeros párpados caen, y no saben aún si están durmiendo, otros párpados se resisten a cerrarse ante la apasionante escena de una mujer satisfecha ya durmiendo, de una respiración tranquila, como si hubiera encontrado por fin el refugio ante la vida, que los atacaba a ambos constantemente con destinos demasiado lejanos, y ellos no podían más que abrazarse mientras miraban el repiqueteo de la lluvia.
“En fin, literatura”.