domingo, 26 de abril de 2009

No-vida

Rostros grotescos, desfigurados por la vida, sin rumbo, sin necesidad. Pero llenos de ansia y dolor. Me fijo en un personaje extraño, un hombre ya entrado en años, con su chaqueta gris y su rostro oscuro como la Muerte. Su cara es blanca, al igual que su camisa. Zapatos negros, pantalón gris. Manos curtidas del veterano que ya no sabe ejercer su oficio. Sus pupilas, contrayéndose constantemente, turbulentas como una noche de tormenta en alta mar. Decido entrar. Sus ojos son un portal abierto que me lleva a sus memorias, y mientras penetro en sus adentros, algo en mi me dice que aquello no esta bien, pero aún así, continúo.

Llueve, llueve con fuerza en su interior, como si las negras nubes formadas a lo largo de su vida hubieran decidido ponerse de acuerdo y estallar a la vez. Creadas por el sol de su conciencia evaporando el mar de acciones infames tiempo atrás cometidas, dejan caer una infinidad de gotas diversas, todas ellas diferentes entre sí. Cae al suelo del olvido una mujer inalcanzable, un amigo perdido, un llanto por lo que nunca volverá a ver. Aturdido ante el triste espectáculo, salgo. Huyo de la desgracia, aunque no sea mía, repudiando aquello que en un principio me atrajo...

Sus ojos van cerrándose poco a poco, dejan que el sueño los inunde. Su respiración se hace cada vez más débil, y de repente, su corazón deja de latir. Nadie se da cuenta. Minutos más tarde, el hombre se levanta y se va, dejando un asienta vacío que la sociedad rellena con presteza. Ya ha pasado a formar parte de nuestro mundo; no necesita todos aquellos recuerdos, no necesita oír el latido de su corazón.

Todo eso no le sirve para nada.

miércoles, 22 de abril de 2009

O Fortuna

                     
En las profundas fauces del destino
convergen todas nuestras vidas;
ríos secándose en el estío
que no olvidan a dónde los guían.

¿Quién guía, quién dice, quién es?
¿Quién cae sobre nosotros sino el destino,
cuya promesa incumplida es sólo un revés,
uno más de los que trae el viento a tu oído?
          

sábado, 4 de abril de 2009

Primavera

Una flor se doblegaba al viento en aquél instante maravilloso que a él le pareció una eternidad. Estremecida ante el turbulento clima, que cambiaba de un día para otro, la flor no podía hacer más que aprovechar las ahora abundantes horas de sol. El lila dominaba sus pétalos, que emergían desde un blanco inmaculado hasta un violeta intenso, inundando el jardín de un suave aroma, tan singular como común. Había llamado la atención por primera vez aquella misma primavera, ya que nadie antes se había percatado de su presencia. Se había abastecido de las primeras lluvias de la estación para poder desplegar todo su esplendor, y aún haber sufrido algún que otro altibajo en aquellos momentos tempestuosos, ahora gozaba de una magnificencia insuperable.
Se llamaba Violeta Odorata.

Llevaba en la sangre, o mejor dicho, en la savia, toda la sabiduría de sus ancestros, la experiencia de aquellos que habían sobrevivido a la vida y habían perpetuado su especie, otorgando una belleza al mundo que éste difícilmente merecía. Todo era verde pradera a su alrededor, marrón tierra a sus pies, azul celeste recubriéndola. De fondo oía una dulce melodía, parecía una guitarra de aquellas que lleva años sin ser tocada, y podía sentir como la madera, a pesar de carecer ya de vida, disfrutaba entregando sonidos a su entorno. Un aroma de café se paseó por sus pétalos, y gozando del momento afrodisíaco, dejó que la música la transportara más allá de la realidad, allí donde nunca conseguía llegar. Se elevó por sí misma del mundo, aunque, extrañamente, seguía con la raíz bien sujeta a tierra. No pensó en sentimientos, no pensó en futuro. Ni siquiera trató de expresar cómo se sentía, sino que disfrutó.

Él se levantó, y cuando entró en casa, ella se sorprendió por su aspecto. Levaba a Violeta sobre su oreja, como si ella ya hubiera pasado a formar parte de él, inundando su olfato de un característico aroma, llenando sus ojos de claridad.
"Yo soy chófer. Tuerzo a izquierza, tuerzo a derecha, sigo recto, y ya está"

domingo, 29 de marzo de 2009

Inside

Cerró los ojos y aspiró. Se levantó del suelo, y con la espalda llena de tierra, se dirigió a ningun lado. Paseando, moviéndose entorno a la esplanada, aún con los ojos cerrados, empezó a remover por sus adentros. Por su pasado, por su futuro, por las sensaciones actuales y por todo aquello que lo envolvía.
Le envolvían tantas cosas...estaba perdido en el mar del conflicto cual marinero al que se le hundió su navío. Envuento en una vorágine de guerra, las vallas a su alrededor eran demasiado estrechas como para correr, saltar, y gritar como no lo hacía desde tiempo atrás. Luchaba, luchaba a cada instante por escapar al aire libre, luchaba ya sin saber porqué. La lucha era su propia droga, con la energía como éxtasis y el odio como resaca. Y aunque nadie lo supiera, odiaba luchar. Había incluso empezado a pensar en darse por vencido, en extender los brazos a la Ley y recibir su castigo.
A su lado, un olor agridulce pareció emerger del exterior, inundándole las fosas nasales y ahogando todos sus sentidos, sin respiración desde hacía un rato.
El presente era suyo. Y aunque sabía que todo el "yo", todo el "mío" no lo beneficiaba, no podía renunciar a aquello. Necesitaría tiempo, para adaptarse, para evolucionar.

Tiempo...lo único imposible de modelar, lo que nos hace vivir, disfrutar, olvidar y morir. El viento que erosiona nuestras rocas hasta convertirlas en polvo. El calor que evapora nuestros océanos convirtiéndolos en desiertos. Todo aquello que tuvimos, tenemos y tendremos, son sólo recuerdos de tiempos pasados, de tiempos futuros.


Cuando tu vida se convierte en "ya", el tiempo es insignificante.

lunes, 16 de marzo de 2009

Camino

   Con un cigarrillo en la mano, James se desplazó lentamente hacia el sofá, colocó un cenicero a su lado y puso los pies encima de la mesa. Delante suyo se encontraba la chimenea, aquella vieja chimenea que resistía intacta a pesar de los años que llevaba en aquella casa. Ni un palmo de pintura descolorida, ni una sola señal de quemaduras o cualquier otro tipo de incidentes; siempre la habían cuidado, ya que, según su abuelo, era lo único de valor que contenía aquel conjunto de piedra, hierro y cemento. Y es que su abuelo, aún con las experiencias de la guerra en mente, no necesitaba más que un plato de sopa y un buen fuego para calentarse. Con eso ya era feliz.
   James, que había pasado gran parte de su vida en internados, escuelas, bibliotecas y salas de estudio, no sabía nada de la guerra, de los hombres ni de la vida. Su abuelo siempre había cuidado de él, y no le había sido necesario ir a la guerra, o a trabajar. Había crecido entre libros, encerrado en la biblioteca de casa, cosa que su palidísima piel corroboraba con certeza.
   En realidad, sí que sabía algo de la vida, sabía lo que ponían sus libros, todo aquello que gente mucho más inteligente, capacitada y motivada que él había escrito alguna vez. James sabía tesis, argumentos y respuestas casi palabra por palabra, y se sentía orgulloso de ello. Pese a todo, tenía algunas dudas vagando por su mente desde hacía ya unos años, provocadas por ciertas lecturas que expresaban ideas diferentes de lo que él había leído anteriormente. ¿Por qué unos decían 'cero' y otros decían 'uno'? ¿No se suponía que la gente debía decir la Verdad? Pero ni él sabía lo que era la Verdad. Según lo que había leído, podía incluso haber más de una Verdad, es decir, verdades diferentes para cada una de las personas que habitan el mundo. Pero entonces, ¿cómo definir 'bueno', cómo definir 'malo'? ¿Cómo discernir entre blanco o negro? 
   James recordó el instinto, la práctica, la experiencia; todo aquello que él no tenía. Entendió que la combinación entre teoría y práctica es lo que le llevaría en todo caso, al Conocimiento. Combinando la moralidad que los libros le habían enseñado y la concentración y dedicación que obtendría practicando, llegaría a la tan ansiada Sabiduría. De shila samadhi a prajna
   Consistía en estar por encima de esa dualidad, por encima del deseo y la aversión, del apego o la repulsión. La felicidad que tanto había buscado...y se encontraba increíblemente cerca. Cerca...pero más lejos de lo que nunca se había desplazado.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Detalles, blanco y negro

Caminaba tranquilo, con su no-vida como fondo, su no-existencia a su lado y una mochila llena de recuerdos. Observaba las calles a medida que las iba recorriendo, aquellos curiosos carteles, la gente que las transitaba...amaba los detalles. Pensó que la vida estaba hecha de detalles, simples gestos que aveces nadie veía pero que eran precisamente el quid de la cuestión. El guiño de un ojo, unas cejas ceñidas, incluso las expresiones casi imperceptibles que una persona hace cuando se le comenta cualquier cosa. Había conocido a más personas como él...pero siempre diferentes. Mucha gente también observaba esos detalles, pero siempre intentando sacar algo de provecho. Algo que les pudiera servir, que les diera más información sobre cómo lo aceptaban en la sociedad...nada de eso servía. Él seguía pensando que ese tipo de observaciones llevaban a dos caminos: amar esos detalles y aprender a estar en armonía con ellos; o acabar completamente desquiciado ante la complejidad de la vida, destrozado por dentro al saber que todo el que ama, odia, que todo el que ríe, llora. 
Él aprendió todo aquello tiempo atrás, cuando no pasaba del metro sesenta y sus ideas eran tan simples como erróneas. Aprendió que todo lo simple es erróneo, pero cierto al mismo tiempo. Que toda generalización es equívoca, pero que sin generalizaciones no se podía llegar a entender el mundo. No sabía ni si lo que pensaba ahora mismo era correcto. Sólo sabía que él también generalizaba, pero que había cosas indiscutibles, como que el mundo podía pintarse sólo en blanco y negro, en gris oscuro y claro, en nieve y azabache. Pero en parte adoptar esa visión del mundo y creerse capaz de distinguir esos colores, de juzgar qué es blanco y qué negro era un acto de prepotencia enorme. Y él odiaba la prepotencia, la evitaba todo lo que podía; odiaba a la gente que lo tachaba de prepotente, porque eso quería decir que no lo conocían, cosa que para él, era uno de los mayores pecados de la humanidad. Nos creemos tantas veces capacitados para juzgar...todos lo hacemos, aveces incluso sin algo tan básico como conocer a la persona, sólo para comprenderla, sólo para entender.

De repente tropezó con una piedra en el camino. Parecía un trozo de suelo, de esos que la gente ha ido sacando poco a poco, desplazándose vertiginosamente y al final siempre acaba en tu trayectoria. Además, siempre pasa cuando llegas tarde. Desplazó un poco más arriba las mangas de su jersey y observó su reloj.

Cómo no. Las 11:11.

11-03-09