domingo, 29 de marzo de 2009

Inside

Cerró los ojos y aspiró. Se levantó del suelo, y con la espalda llena de tierra, se dirigió a ningun lado. Paseando, moviéndose entorno a la esplanada, aún con los ojos cerrados, empezó a remover por sus adentros. Por su pasado, por su futuro, por las sensaciones actuales y por todo aquello que lo envolvía.
Le envolvían tantas cosas...estaba perdido en el mar del conflicto cual marinero al que se le hundió su navío. Envuento en una vorágine de guerra, las vallas a su alrededor eran demasiado estrechas como para correr, saltar, y gritar como no lo hacía desde tiempo atrás. Luchaba, luchaba a cada instante por escapar al aire libre, luchaba ya sin saber porqué. La lucha era su propia droga, con la energía como éxtasis y el odio como resaca. Y aunque nadie lo supiera, odiaba luchar. Había incluso empezado a pensar en darse por vencido, en extender los brazos a la Ley y recibir su castigo.
A su lado, un olor agridulce pareció emerger del exterior, inundándole las fosas nasales y ahogando todos sus sentidos, sin respiración desde hacía un rato.
El presente era suyo. Y aunque sabía que todo el "yo", todo el "mío" no lo beneficiaba, no podía renunciar a aquello. Necesitaría tiempo, para adaptarse, para evolucionar.

Tiempo...lo único imposible de modelar, lo que nos hace vivir, disfrutar, olvidar y morir. El viento que erosiona nuestras rocas hasta convertirlas en polvo. El calor que evapora nuestros océanos convirtiéndolos en desiertos. Todo aquello que tuvimos, tenemos y tendremos, son sólo recuerdos de tiempos pasados, de tiempos futuros.


Cuando tu vida se convierte en "ya", el tiempo es insignificante.

lunes, 16 de marzo de 2009

Camino

   Con un cigarrillo en la mano, James se desplazó lentamente hacia el sofá, colocó un cenicero a su lado y puso los pies encima de la mesa. Delante suyo se encontraba la chimenea, aquella vieja chimenea que resistía intacta a pesar de los años que llevaba en aquella casa. Ni un palmo de pintura descolorida, ni una sola señal de quemaduras o cualquier otro tipo de incidentes; siempre la habían cuidado, ya que, según su abuelo, era lo único de valor que contenía aquel conjunto de piedra, hierro y cemento. Y es que su abuelo, aún con las experiencias de la guerra en mente, no necesitaba más que un plato de sopa y un buen fuego para calentarse. Con eso ya era feliz.
   James, que había pasado gran parte de su vida en internados, escuelas, bibliotecas y salas de estudio, no sabía nada de la guerra, de los hombres ni de la vida. Su abuelo siempre había cuidado de él, y no le había sido necesario ir a la guerra, o a trabajar. Había crecido entre libros, encerrado en la biblioteca de casa, cosa que su palidísima piel corroboraba con certeza.
   En realidad, sí que sabía algo de la vida, sabía lo que ponían sus libros, todo aquello que gente mucho más inteligente, capacitada y motivada que él había escrito alguna vez. James sabía tesis, argumentos y respuestas casi palabra por palabra, y se sentía orgulloso de ello. Pese a todo, tenía algunas dudas vagando por su mente desde hacía ya unos años, provocadas por ciertas lecturas que expresaban ideas diferentes de lo que él había leído anteriormente. ¿Por qué unos decían 'cero' y otros decían 'uno'? ¿No se suponía que la gente debía decir la Verdad? Pero ni él sabía lo que era la Verdad. Según lo que había leído, podía incluso haber más de una Verdad, es decir, verdades diferentes para cada una de las personas que habitan el mundo. Pero entonces, ¿cómo definir 'bueno', cómo definir 'malo'? ¿Cómo discernir entre blanco o negro? 
   James recordó el instinto, la práctica, la experiencia; todo aquello que él no tenía. Entendió que la combinación entre teoría y práctica es lo que le llevaría en todo caso, al Conocimiento. Combinando la moralidad que los libros le habían enseñado y la concentración y dedicación que obtendría practicando, llegaría a la tan ansiada Sabiduría. De shila samadhi a prajna
   Consistía en estar por encima de esa dualidad, por encima del deseo y la aversión, del apego o la repulsión. La felicidad que tanto había buscado...y se encontraba increíblemente cerca. Cerca...pero más lejos de lo que nunca se había desplazado.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Detalles, blanco y negro

Caminaba tranquilo, con su no-vida como fondo, su no-existencia a su lado y una mochila llena de recuerdos. Observaba las calles a medida que las iba recorriendo, aquellos curiosos carteles, la gente que las transitaba...amaba los detalles. Pensó que la vida estaba hecha de detalles, simples gestos que aveces nadie veía pero que eran precisamente el quid de la cuestión. El guiño de un ojo, unas cejas ceñidas, incluso las expresiones casi imperceptibles que una persona hace cuando se le comenta cualquier cosa. Había conocido a más personas como él...pero siempre diferentes. Mucha gente también observaba esos detalles, pero siempre intentando sacar algo de provecho. Algo que les pudiera servir, que les diera más información sobre cómo lo aceptaban en la sociedad...nada de eso servía. Él seguía pensando que ese tipo de observaciones llevaban a dos caminos: amar esos detalles y aprender a estar en armonía con ellos; o acabar completamente desquiciado ante la complejidad de la vida, destrozado por dentro al saber que todo el que ama, odia, que todo el que ríe, llora. 
Él aprendió todo aquello tiempo atrás, cuando no pasaba del metro sesenta y sus ideas eran tan simples como erróneas. Aprendió que todo lo simple es erróneo, pero cierto al mismo tiempo. Que toda generalización es equívoca, pero que sin generalizaciones no se podía llegar a entender el mundo. No sabía ni si lo que pensaba ahora mismo era correcto. Sólo sabía que él también generalizaba, pero que había cosas indiscutibles, como que el mundo podía pintarse sólo en blanco y negro, en gris oscuro y claro, en nieve y azabache. Pero en parte adoptar esa visión del mundo y creerse capaz de distinguir esos colores, de juzgar qué es blanco y qué negro era un acto de prepotencia enorme. Y él odiaba la prepotencia, la evitaba todo lo que podía; odiaba a la gente que lo tachaba de prepotente, porque eso quería decir que no lo conocían, cosa que para él, era uno de los mayores pecados de la humanidad. Nos creemos tantas veces capacitados para juzgar...todos lo hacemos, aveces incluso sin algo tan básico como conocer a la persona, sólo para comprenderla, sólo para entender.

De repente tropezó con una piedra en el camino. Parecía un trozo de suelo, de esos que la gente ha ido sacando poco a poco, desplazándose vertiginosamente y al final siempre acaba en tu trayectoria. Además, siempre pasa cuando llegas tarde. Desplazó un poco más arriba las mangas de su jersey y observó su reloj.

Cómo no. Las 11:11.

11-03-09

sábado, 14 de febrero de 2009

Perquè ets la puta rosa!

La rosa (Josep Palau i Fabre)

Has fet parlar massa de tu, del teu perfum, de la teva beutat. No val la pena! Però que consti, des d'ara, que sempre el meu instint ha estat de fer-te malbé; que t'he esfullat, que t'he premut dins la mà fins a deixar-te sense respiració, que no t'he respectat amb aquella mena d'adoració estúpida amb què t'anomenen els altres, amb què parlen de tu uns quants poetes desgraciats que també has seduït. Ja ens coneixem! Conec bé els teus encisos, les teves arts, la teva perversitat, i no m'arreplegaràs! Tu ets una d'aquelles noies que tota la vida semblen dir-te sí, et donen esperances, van passant temps i et corben l'espinada inútilment. Conec la teva col.lecció de vestits esplendorosos, les teves faldilles innumerables: però les cuixes, no les trobem mai. Ja n'hi ha prou, del teu imperi, de la teva tirania! M'avergonyeix d'haver-me deixat, per un moment, endur per la música del teu rostre. Si et trobo un altre cop et masegaré, com quan era infant, et llençaré a un toll i t'anomenaré pel teu nom veritable, perquè ets la puta rosa!

lunes, 2 de febrero de 2009

Opinión

Tal como dijo hace poco una apreciada amiga, el mundo se mueve por amor, por diferentes tipos de amor.

¿Cómo explicar entonces el odio, la rabia, la tristeza? Pues bien, en realidad es la falta de amor lo que provoca todo eso. Es la falta de algo lo que induce a la gente a revolucionarse, hace que envidie, que desee, que odie. Es la tendencia de querer algo más. Sin querer mezclar en exceso temas sociales o económicos con un asunto puramente moral, en realidad la sociedad consumista en la que vivimos es la que provoca esas ansias. Estamos acostumbrados a recibir lo que pedimos, a tener lo que deseamos y a aspirar a algo más para después conseguirlo. Se incentiva la motivación, pero degenerada en deseo, escaso de auto-realización. Al final, acabamos provocando violencia, que a su vez, lo único que engendra es aún más violencia. Estamos llegando a un punto en el que la violencia no se ve ya contrarrestada por ningún argumento lógico, razón, diálogo o discusión, sino que ve ante sí un enorme e infinito espejo. Que la refleja a ella misma, pero al otro lado se encuentra todo aquello que ha dañado. No es ya una evolución aritmética, propulsada por el aumento de población, sino que es un problema que avanza de manera exponencial, siguiendo la estúpida regla de:

violencia = violencia al cuadrado

Sin ninguna lógica matemática, diréis. Pero es que el mundo no son ceros y unos, no es blanco o negro, sino que está dominado por ese gris incorpóreo que todos sentimos alguna vez.

El problema no es sólo la sociedad, no es sólo la masa; es la naturaleza humana. Es verdad que en una sociedad en la que no existieran todas esas oportunidades de violencia gratuita, en la que no hubiera lugar para todos esos instintos, o como queráis llamarlo, se arreglaría el problema. Sería, realmente, una sociedad perfecta. Pero quién puede conseguir la perfección, ¿no?

Ya se ha intentado. Las dictaduras son en realidad un intento de crear una sociedad completa, segura y unida, pero a través del miedo y la represión. A través de la violencia. Es el caso del ideal comunista, organizado en Rusia de manera nefasta, por el camino del cual se interpusieron esos asquerosos deseos de dominación y poder. Aún hoy son tangibles las consecuencias.


Desde mi humilde punto de vista, el problema base es la educación, no sólo la recibida en las escuelas, recordemos el reciente intento de materias escolares de tipo moralista (y digo 'intento' porque no se puede determinar aún si ha conseguido lo que se proponía). Es también la recibida por el entorno, incluyendo en él a los progenitores, los los amigos e incluso los conocidos. Como dijo alguien una vez, “Eres cada una de las personas que has conocido. Todos los lugares en los que has amanecido. Cada alto en el camino. Todos los caminos que has tomado. Tú eres lo que has visto...y lo que has vivido.”

La gente (me incluyo) debe aprender a leer, a escuchar, a sentir. Si no permitimos que la gente sienta, si no les damos los recursos suficientes para que aprendan a conocer y poder expresar lo que sienten, a conocerse a sí mismos, ¿cómo vamos a conseguir la iniciativa de amar?


Es por eso por lo que luchamos, por crear un nuevo mundo. Con el aroma de frescura que aún conservan las hojas caídas en otoño, pero con la perenne receta que desde hace tiempo venimos diseñando.

¿Imposible? Seguramente. ¿Improbable? Completamente cierto. Pero hay que intentarlo.

lunes, 26 de enero de 2009

Cómo no.


Cómo no. Era ella otra vez.
Ella con sus sabrosos labios y sus ojos inefables, con aquel nosequé que le volvía loco. No podía resistirla, dios mío, ¡era ella en persona! No tenía nada más que hacer que arrodillarse a sus pies, besarlos y después agradecer con mil lágrimas de porcelana el simple placer de haberla visto. Se dio cuenta de que cuanto menos frecuente era algo, más lo apreciaba. Y estaba completamente seguro de que ella aprovechaba esto, uno de sus defectos/cualidades, y jugaba con sus sentimientos. Inconscientemente, eso lo tenía claro. Ella convertía las sonrisas en regalos escasos e improbables, de manera que él se sentía cada día más enganchado a su nueva droga, de género femenino y carácter desbordante. Quería más y más, soñaba y soñaba con felicidad, risa, ternura y serenidad.
Sus humores iban últimamente siempre cogidos de la mano. Caminaban juntos, y allá a donde iba uno, iba el otro. Eran completamente dependientes...bueno, en realidad sólo el de él era el dependiente. No creo que ella pensara en estas cosas. Ella estaba más preocupada de vivir su vida, y según el punto de vista de él, o estaba ciega o simplemente, pasaba del tema. Cómo no, él siempre escogía la primera opción; lo único que le faltaba ahora era perder toda esperanza.


Qué gracioso resultaba el asunto mirado desde fuera. Hasta se le esbozaba una sonrisa en la cara cuando pensaba en sí mismo. Una sonrisa de aquellas que sueltan los niños pequeños cuando ven a alguien hacer alguna tontería. Algunos lo llaman humor ridículo, es decir, cuando una situación nos parece tan ridícula que finalmente...acabamos por reír.

Él piensa que está bien reírse de uno mismo. Ella ni piensa en Él.

sábado, 24 de enero de 2009

Nada


Suspiró. Una bocanada de aire salió de su boca, aire sediento de libertad, de sensaciones e impureza. Ni él mismo entendía como podía llegar a desear impureza, imperfección. Toda la vida había estado intentando llegar a la perfección, curaba cada preciso detalle por pequeño que fuera, y no dejaba nada al azar. Aquél azar que lo había llevado a la nada, la nada más absoluta, mas desolada y aterradora, aquella que todos temen y a la cual nadie tiene el valor de enfrentarse. Nada escasa de certeza, nada llena de inseguridad y auto-exclamación, sin la llama incandescente de la vida. Nada. La vida era lo único que le hacía sentir bien. Saber que vivía, ser consciente de que no podían arrebatarle esa sensación, que aunque muriese, y todos sus recuerdos murieran con él, perviviría para siempre.
Como la simple lágrima que condimenta la tristeza, él era una gota en el océano, escasa, frágil y diminuta.

Últimamente, no encajaba en su vida. Todo aquello que deseaba permanecía lejos de su alcance, mientras a dos palmos observaba aquello que nunca llegaría a querer, que a su vez era muy parecido a lo que deseaba, pero transformado en una horrible y confusa mezcla de...Nada.
Tenía suerte, según algunos. Él seguía pensando que no tanta como podría. Que el amanecer ya no era comienzo. Que aquello del 'Carpe Diem' y 'las olas meciéndose a sus pies descalzos' quedaba aún demasiado lejos para él. Era una imperfección demacrada por el paso de Todo, es decir, el triste reflejo de un cristal deforme que ya no consigue esbozar la realidad. Algo con lo que no había soñado. Porque no sabía ni qué soñar.
¿Por qué desear tanto? Se preguntó. No tenia respuesta a eso, como no la tenía a cuatro mil ochocientos millones de cosas más. Odiaba desear. Pero al mismo tiempo deseaba odiar. Sólo necesitaba descargar su furia, limpiar de una vez por todas el mundo que le rodeaba, y poder gritar que ya no era el mismo, poder susurrarle al viento que amaba sus caricias y que éste oyera su súplica. Pero sobre todo, necesitaba limpiarse a sí mismo, porque sabía que el deseo de odiar era lo más detestable de la raza humana, incluso más que el hecho de odiar en sí mismo. No podía limpiarse sin los demás, y lo sabía, ¡pero aquello era una simple y despiadada locura!! ¡Sí, quería, quería y quería! Completamente enamorado de la vida, aveces ésta le causaba reveses tales que no era capaz de responder, no sabía como reaccionar. Y odiaba eso.
También le habían dicho que se tomaba las cosas tan a pecho que aveces no sabía discernir entre la burla y la verdad, y que reaccionaba con tal aspereza que él mismo se cerraba las puertas de la dulzura. ¡Pero maldita sea, él no sabía comportarse de otro modo! Él era así, así y ya está. Había intentado cambiarse a sí mismo muchas, muchas veces. Y nunca acababa de salir bien.

Por suerte tenía esos momentos que le hacían pensar que todo lo que escribía era una simplificación de la Nada. Y por lo tanto, Nada. ¿Habéis intentado mirar alguna vez dos caras de una moneda al mismo tiempo? Es imposible. Física, social y psicológicamente imposible. Él deseaba quedarse mirando eternamente el borde, el canto. Poder caminar sobre él, edificar su vida entorno al equilibrio de una moneda de pie. Pero al mismo tiempo sabía que por mucho que se esforzase, cualquier soplo de viento sobre el castillo de sus deseos haría temblar la moneda. Y derribarse. Y caer. Y cuando una moneda cae, cae sólo sobre una cara, usualmente la cruz.
Odiaba pensar que eso sólo dependía de la suerte. Odiaba el concepto suerte.
Durante 11 días, 11 minutos y 11 segundos, deseó que desapareciera. Que desapareciera todo. Que quedara Nada.

Y empezar de Nuevo.