Guardianes de un pedazo de tu error, relevos de una etapa de tus búsquedas, memoria de tus sentimientos más tristes, capaces de sacarle el polvo a cualquier rincón de tus vísceras cuando menos te lo esperas.
A medida que la vida te decepciona, coleccionas básicamente dos tipos de ex. Los que te dejaron y a los que abandonaste tú. En otras palabras, los que te jamás te quisieron y los que, a su modo, aún te quieren. A los que se engañan pensando que lo dejaron de mutuo acuerdo no los cuento, por ingenuos, cobardes o hipócritas.
Los ex (y las ex) estuvieron, están y siempre estarán ahí. En cada adjetivo y sustantivo que os atribuisteis en algún momento, inutilizando e inmovilizando desde entonces esas palabras en el depósito de cadáveres de los cariños usados. En cada banco, parque, esquina y destino al que viajasteis, en el que rompisteis, en el que empezasteis a salir. Jamás volverás a pasar por esos lugares sin notar esa profunda punzada en el alvéolo de lo que pudo ser y no fue.
En cada proyecto que tuvisteis en común, en cada adverbio de tiempo que acortó su vigencia, en cada blanca promesa que destiñó en mentira.