Odio este mismo ritmo
melancólico, reacio
a romper convenciones
prejuicios y tópicos.
Odio esta misma costumbre
de dar
(exactamente)
tres palabras por concepto.
Odio las repeticiones
de verbos en primera persona.
Odio la musicalidad penosa
grasienta y estancada
que se arrastra
entre adjetivos oxidados
y lame el asfalto
esperando encontrar petróleo.
Pero
por encima de todo
odio los finales inconclusos.