Vio las escaleras. ¡Oh, aquellas suaves y dulces escaleras! Cada mañana le regalaban aquello que más quería. A Ella.
Allí no había sueño ni pereza posibles, aquello era emociones, sensaciones, tacto, gusto, pero sobretodo, placer. Se acercó, se puso a su lado y empezaron a hablar. Eran conversaciones cortas, simples, en las que se explicaban el uno al otro las pocas novedades que tenían. Muy a su pesar, el tiempo no daba para más, esa era la única gran pega del momento. Muchas, demasiadas veces, habían dejado de pensar en ese factor tan importante, se habían dejado llevar, habían restado importancia a lo que pudiera pasar y simplemente habían disfrutado del momento. Pero no siempre podían hacerlo...eso sí, absolutamente siempre llegaba un punto de la conversación en el que no podían resistirse el uno al otro.
Necesitaban abrazarse, fundirse antes de que sus obligaciones les separaran...juntar sus labios, sus cuerpos, estrecharse el uno contra el otro. Notar como el corazón se les aceleraba, y dejaban vía libre a la pasión. Porque no tenían suficiente con el fin de semana, querían estar juntos, compartir sensaciones, compartir felicidad.
Felicidad...